Esa noche, la vida se le había ido del todo de las manos. La alegría le subía por el estómago como la espuma de la cerveza, y el picor de la garganta le dormía las ideas. Pero todo estaba claro. La mente estaba en blanco y su cuerpo en movimiento. Tan sólo había sitio para impulsos primarios, y los sentimientos eran simples pero claros. No importaban sus días oblicuos, ni su rutina, ni su esfuerzo por encontrar algo más allá de toda esa mierda en la que estaba inmersa y a la que otros llamaban estabilidad. Habían quedado a un lado sus ansías de escapar y las ganas de marchar a otro lugar en los que la palabra sociedad sonara a algo de lo que ella quisiera formar parte. Ya no importaba su falta de libertad, ni la tristeza por la palabra humanidad, ni los fantasmas del pasado, ni las voces en su cabeza, ni el cansancio de las mentiras, ni el exceso de ganas de vivir fuera de todas esta basura. De verdad, y en realidad, todo esto, esa noche, había quedado a un lado.
Ya sabía que la sensación no era real, y que todo se desvanecería en cuanto se echara a dormir y empezara a soñar. Que los sueños no siempre son buenos, y que la vida es aun más cruda cuando abres los ojos después de esas historias.
Pero ahí estaba, en la primera fila de la única fila del concierto. Moviéndose con más ganas que nunca, cantando rock and roll a pleno pulmón y desprendiendo una felicidad que cualquiera que la conociera peor que ella misma se podría creer.
Y él se la creyó. Mientras tocaba el bajo miraba a aquella chavala que saltaba sin parar, que le retaba, que le bailaba, que le cantaba.. La veía cómo iba de la barra al baño, del baño a la barra, de la barra al escenario, y del escenario arriba. Cómo reía sin parar, cómo disfrutaba, cómo miraba a sus amigos y, sobre todo, cómo ellos la miraban. Con esos ojos con los que se mira a alguien realmente feliz. Y sólo así podía mirarla él.. Creo que desde ese momento la empezó a querer.
Pero ella había empezado a prescindir de la palabra amor, y en ese momento su cabeza flotaba y sus instintos bailaban. Y sólo quería dejar de querer y dejarse querer. Y le habría dejado a cualquiera con una cara bonita y cuatro palabras inteligentes. Le tocó a él que además tocaba y lo hacía bien. No podía sustituir el vacío, ni sentiría el hormigueo en el estómago, ni las ganas de cambiar de vida por él. Pero tocaba y lo hacía bien. Y cuando le cogió la mano sintió que podía sostenerla temporalmente, y que si recorría su cuerpo recuperaría durante unas horas aquello que ya no sentía, y el placer podía ser reconfortante viniendo de esos dedos. Tenía ojos de buscar calor, de querer querer y de vivir por y para algo. Y eso es algo que no todo el mundo tiene. Y ese era un día de esos en los que hay que aprovechar aquellas cosas poco comunes que de vez en cuando aparecen. Así que echó a andar y él la siguió.Y, entre sábanas, se le olvidó por un tiempo toda su historia anterior, la foto de la estantería, los años perdidos, el amor reciente, el corazón cerrado, las decepciones, la ilusión desvanecida, la cruda certeza y todo lo ocurrido en los últimos tiempos.
Pero todo se acaba rápido y la noche más. Y el sol llega como llegan los finales anunciados, entrando por la ventana abierta de esa habitación que hacía unos instantes había sido otra. Y ella despierta como siempre que despierta de un buen sueño. La ficción ha terminado y la vida continúa. El tiempo del chico del bajo se ha acabado, y de la chica feliz de la noche anterior ya no queda rastro.
- Te acompaño a la puerta - Es todo lo que dice mientras le tira de la cama.