El verdadero problema es que le encantan los principios y odia todo lo demás.
Que adora los comienzos,
los pasos dudosos,
las palabras escogidas,
los roces sin querer y queriendo con escalofrío incluido,
y los besos torpes del principio,
miedosos,
cautos,
con cuidado,
esperanzados,
con ilusión...
Pero sobre todo,
es adicta a la emoción del no saber qué vendrá,
del poder imaginar cómo será,
qué pasará,
cuándo,
dónde
y por qué.
Está enganchada a las expectativas,
a la incertidumbre
y a la libertad que te deja el no saber,
para pensar que puede ser lo que tú quieras que sea.